En múltiples ocasiones y a colación de la mala situación económico-financiera que tuvo el funicular de Artxanda desde sus inicios se ha escrito  que “jamás repartió dividendo alguno”. Cierto es, puesto que el dividendo viene a retribuir las aportaciones de los accionistas por el mero hecho de serlo. Pero en algunos años, los miembros del Consejo de Administración, todos ellos, ciertamente, a su vez accionistas, sí recibieron parte de los beneficios de la Sociedad (independientemente de las remuneraciones que quizás también percibirían simplemente por ser miembros de tal organismo). Otros accionistas, sin embargo y a pesar de  tener mayor número de acciones que algunos de los anteriormente mencionados no recibieron dividendo alguno, algo que efectivamente, no pinta muy bien.

Un resumen de estos tres primeros ejercicios de la Sociedad podría reflejar lo siguiente:

El servicio de Funicular en sí aporta la mayor parte de los ingresos y de los beneficios a pesar de que se nota una merma de los mismos en 1917 debido a dos factores principales. Una huelga general en Bilbao en agosto de 1917 y unas peores condiciones climatológicas en fechas claves. Por otra parte se produce un incremento de los costes de personal que intuimos más debido a la necesidad de contratación de más personal que a la mejora de las condiciones laborales de los mismos aunque cierto es que el olor del beneficio atrae siempre  a todos los colectivos que piensan los merecen.

No menos reseñables eran los aportados por el Casino al que veían incluso mejores posibilidades al comenzar a digamos “subcontratar” ciertos servicios. (Sin embargo ocurrió lo contrario y el Casino paso a convertirse, poco a poco,  en una problema para la Sociedad aunque no dejó de ser algo digno y muy digno de mención en la historia sin lugar a dudas del Funicular como yo diría que también del propio Bilbao.

También aportaban rentabilidad tanto la pista de patinaje como el Txakoli (este último más eficiente, es decir, que obtenía más ingresos con menos gastos). La razón la explicaban por el deterioro recurrente de los patines y la dificultad de poder reponerlos en tiempo y forma. Por tanto una pista de patinaje donde es difícil encontrar patines para poder hacerlo malamente puede ser un negocio eficiente.

Otro hecho que los administradores querían resaltar sobremanera (Quizás con la esperanza de poder vender parte de la gran cantidad de acciones propias que poseían) era la potencial revalorización que se habría producido ya en los terrenos adquiridos y que cifraban en un 80%. (Esta es, sin ninguna duda, una de las razones que impulsan la creación de estas y similares obras: conseguir una revalorización de unos terrenos que previamente  adquirían para tal fin).

Sea como fuere la realidad es que la Sociedad tenía en cartera, es decir, sin colocar gran parte del Capital Social, aproximadamente un 45% que debía de ser cubierto con préstamos y varias series de Obligaciones Hipotecarias que, en casos de quiebra, ofrecen más posibilidades de recuperar parte de lo invertido. Quizás fuera por ello que D. Marcelino Ibáñez de Betolaza optara por esta fórmula y no adquiriera más acciones.

“Optimismo sí, pero prudencia, también”

Reproducimos por su interés histórico el Balance de la Sociedad a 31 de Diciembre de 1917 y en el que se pueden ver muchas de las cuestiones apuntadas. Igualmente reproducimos el “reparto de beneficios“. Como vemos la mayor parte se destinó a amortizaciones, aunque un 10 %, se reservó al Consejo de Administración quienes, como decíamos, algo percibieron. Es cierto que puede aludirse a que lo hicieron por prestar servicios de una u otra manera a la Sociedad frente a quien, simplemente aporta un dinero con la esperanza, vana en este caso, de recibir una compensación en forma de dividendo. Solo fueron uno o dos años más que esta situación se produjo puesto que posteriormente el Consejo de Administración, “sensible” a esta falta de beneficios para los accionistas también renunciaron a estas retribuciones.

No, no fueron bien las cosas para la Sociedad, al menos para los accionistas. Sin embargo se dotó a Bilbao del tan añorado Parque. Y durante unos pocos años tuvimos una Empresa en el Barrio, el Funicular de Artxanda cotizando en la Bolsa con otros grandes ferrocarriles de la época como veremos en capítulos posteriores.

El funicular (me estoy refiriendo al de antes), al igual que cualquier otro medio de transporte, tiene como objetivo principal el trasportar viajeros (más bien pasajeros, pues de lo que se trata es que abonen el correspondiente pasaje) y mercancías entre diferentes puntos de su recorrido para generar ingresos que le permitan  funcionar adecuadamente, remunerar a sus trabajadores, proveedores, amortizar sus gastos de establecimiento y retribuir lo más generosamente posible a sus accionistas. Este era, al menos, el modelo tradicional  donde la iniciativa partía de donde podía partir, es decir, del capital privado, ayudado en la medida de lo posible también del apoyo público que cada vez fue sin embargo adquiriendo mayor peso, pero no solamente para cubrir déficits de explotación necesarios en numerosas ocasiones pues un transporte adecuado es un buen vertebrador de la Sociedad, sino también para controlar el modo de transporte. (Es decir, poder hacer y deshacer, oportunidad que aprovechan en empresas públicas tanto partidos políticos como sindicatos influyentes para, en una especie de trueque de cromos, “influir”, es decir, colocar en dichos puestos a los suyos/as). Las cuentas anuales ya pasaron hace mucho tiempo a un muy segundo plano. La “rentabilidad” se encuentra ahora en las “fotografías” que los políticos suelen hacerse cortando cintas y actividades similares.